Estimado Abraham

Hace una semana exacta comencé mi treceavo año como docente y apenas pisé la sala B-03, en la facultad de Bachillerato, sentí ese mareo de emociones que genera estar parado ahí, frente a estudiantes que, de una u otra forma, buscan comenzar a encontrar, crear, pavimentar o confirmar su futuro.

¡Qué complejo es explicar todo esto! Sobre todo, cuando muchas veces, desde la melancolía más profunda del alma, comienza ese sentimiento inefable del "Siento que soy bueno en esto. Que la vida me regaló las habilidades para enseñar o transmitir conocimientos. Pero aún así, no es suficiente para lo que necesito, quiero y sueño para ellos (mis estudiantes)".

Quizás estoy siendo extremadamente radical con esto, pero es que para mí, ver a un estudiante asintiendo porque entendió y aprendió algo nuevo, es tan reconfortante como llegar a la cima de una montaña, después de caminar cinco horas por un inclinado sendero que, de sendero tiene poco. Entonces querido Abraham, imagine lo que siento cuando los veo sonreír, disfrutar y crecer.

Por eso para mí es tan importante hacer bien las cosas para ellos. Porque si bien, sus futuros no dependen de mí, sé que soy un ladrillo de esas grandes murallas de vida que están construyendo.

Sería mucho pedir que quiero convertirme en una especie de guía espiritual de cada uno de ellos, acompañarlos en cada momento y cada vez que lo requieran, porque además, sé que llegará el momento en que no me necesiten más, quizás olviden mi nombre, mi rostro, el nombre de la asignatura, pero entregaré toda mi energía para que nunca olviden que hubo un profesor, que le importaba más que sean buenas personas, más que buenos profesionales.

Hace poco, por error, en mi intranet de la Universidad, llegué a una sección llamada Encuestas, y al ingresar ahí, me encontré con 5 PDFs. Cada uno de ellos eran, para mi sorpresa, las evaluaciones docentes de cada asignatura que había dictado desde el 2021.
La sorpresa fue mayor aún cuando me encontré con comentarios que caminaban desde el aspecto más "técnico" como: 

"Fomenta los talentos individuales de cada estudiante. Es capaz de hablar con toda libertad del mundo laboral y suaviza la idea de entrar en este. Siempre mantuvo cordialidad y buen acercamiento con los estudiantes..."

"La vocación del profesor, el cual se preocupa que todos y cada uno de las personas presentes en la sala comprendan y entiendan lo que explica, además de hacerlos sentir cómodos. Él mismo es capaz de ir variando de método de enseñanza con tal de que no haya lugar para las dudas".

Hasta comentarios que tocan más la fibra como: "El profesor Nicolás es el mejor docente que he tenido hasta el momento, una maravilla de profesor con clases dinámicas y explicaciones muy detalladas. Además de ser muy agradable a la hora de interactuar con él y se siente una gran cercanía".

Para qué hablar de: "Nicolas Landauro, como persona lo mejor que he visto, como profesor el mejor que he visto".

Le pido disculpas por si todo esto se lee desde el poco gentil arte de la soberbia, pero esto es lo que soné desde mi rol como profesor, es lo que siempre busqué ¿y la verdad?, fue de manera incansable, con millones de errores y aciertos, pero siempre lleno de buenas intenciones.

Esto, "Creo que es un profe muy bueno, tiene mucha disposición para ayudar y hacernos ver en qué erramos. Es de los mejores docentes con los que he tenido clases...", es lo que necesitaba saber para verificar si mi forma de educar y compartir conocimientos, estaba resultando más allá de lo estrictamente académico. 

Es esto, querido Abraham, lo que hoy me permite estar tranquilo y sin tanta culpa por haberme perdido interesantísimas juntas con familiares y/o amigos, y preferir quedarme preparando una clase que, lámina a lámina, busca de manera inagotable entregar lo mejor de mí. Queda todo equilibrado.

No tengo dudas de que el amor más allá de regalar mariposas al estómago y hacernos volar como una pluma, injustamente genera muchos miedos e incertidumbres, pero tampoco tengo dudas de que fue el amor el que me empujó a ser el profesor que siempre he querido ser.

Estimado Abraham, me despido con cariño, respeto y admiración. Espero haber respondido su carta.

Saludos.

Nicolás Landauro Constanzo.

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“Querido profesor, mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces, enséñele que por cada villano hay un héroe, y que por cada egoísta hay un generoso.

También enséñele que por cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda encontrada.

Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias. Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del contentamiento.

Haga que aprecie la lectura de buenos libros, sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas.

Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos. Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa. Que crea en si mismo y sus capacidades aunque quede solito, y tenga que lidiar contra todos.

Enséñele a ser bueno y gentil con los buenos y duro con los perversos. Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen, que sea amante de los valores.

Que aprenda a oir a todos, pero que a la hora de la verdad, decida por si mismo.
Enséñele a sonreír y mantener el humor cuando esté triste y explíquele que a veces los hombres también lloran.

Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que sólo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones.

Trátelo bien pero no lo mime ni lo adule, déjelo que se haga fuerte solito.
Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad.

Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios también la tendrá en los hombres. Entiendo que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda".

Abraham Lincoln, 1830.


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